Claudia llevaba todo el verano tachando del calendario los días que faltaban para ir a clase. Iba a ser una nueva etapa, pues entraba un nuevo ciclo y sabía lo que estaba por llegar. Las cosas estaban cambiando mucho y su promoción iba a ser la primera en experimentar las aulas espaciales. Se había invertido mucho en dar un cambio importante a la educación para adaptarla a los tiempos que corrían. ¡Y al fin llegó el día!
Esa noche Claudia apenas pudo dormir, había estado esperando ese momento durante todo el verano y en su interior se decía que por pequeño que fuera el cambio no la iba a decepcionar, estaba segura de ello. Se vistió y desayuno tan rápido como pudo para llegar cuanto antes. Cuando bajo del coche de su madre se situó frente el edificio e inspiró. Hasta el aire parecía distinto. Entró en el colegio y tras las indicaciones de un holograma que le decía a la clase a la que debía ir, subió las escaleras con gran entusiasmo. La primera impresión de la nueva clase le hizo recorrer un escalofrió por la espalda, era increíble, daba la sensación de encontrarse en el polo norte. La clase era grande y muy luminosa pero era extraño porque no había alójenos colgando del techo sino que la luz salía del mismo techo. Otra cosa que le llamó la atención fue que las mesas salían del suelo y se organizaban solas dependiendo del número de alumnos que hubiera en clase. Las mesas tenían un cajón y aunque parecían de cristal no dejaban ver lo que tenían abajo. Claudia metió la mano en el cajón y observó que habían unas gafas que parecían de sol y una pequeña tableta que le resultaba sospechosamente familiar. Decidió no tocar nada y seguir observando, todo tenía un aire increíblemente futurista más de lo que ella pudiera haber imaginado. Siguió observando ya desde su pupitre y se percató de que no había pizarra, tampoco cañón, y eso la dejó pensativa… pero no durante mucho tiempo porque a los pocos segundos una profesora entró por la puerta. Una vez se había presentado les indicó que se pusieran las gafas y apretando lo que parecía una baldosa en la pared, todo cobró vida.
En la pared en la que parecía no haber nada de repente empezaron a salir cosas en tres dimensiones. A medida que la profesora explicaba las cosas todo iba cambiando, era como una visualización estereoscópica y hologramas a la vez. Cuando la profesora acabó la explicación, el cristal de las mesas se encendió y los alumnos pudieron manejar, en el aire y con las manos, los objetos y la materia que había estado explicando la profesora y a la vez, también profundizar cada uno a su ritmo.
Cuando llegó la hora del descanso del medio día, Claudia no podía esperar para llegar a casa y contárselo todo a sus padres. Muy contenta después de hablarles de todo pensó ¡Así, sí que me va a encantar estudiar!
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